martes, 28 de enero de 2014

Días de lluvia con color

Ella siempre miraba la ventana. Esperaba que lloviera.

Allí donde el sol parecía el rey del cielo, y las nubes sus súbditos.

Creció con el calor pegado a la piel, con los ojos cerrados ante el brillo y los labios secos del viento marino. Siempre a la espera de una tormenta. De un chaparrón que nublase su juicio.

Allí en el mar de soles de vez en cuando se nublaba y caían gotas del cielo, pero era extraño y por poco tiempo, aunque claro para los que la rodeaban era algo alarmante. Mientras que a ella, se le iluminaban los ojos, se ponía sus botas rojas de plástico con unas flores de estampado y corría, corría mojándose el pelo. Convirtiendo lo rizado en liso. Lo seco en húmedo.

Esos días para ella no eran grises ni tristes... Para ella esos días en su cabeza representaba cambio, libertad y pureza.

Pero un día llovió, llovió tanto que no vio el sol en día y empezó a echarlo de menos, porque los comienzos son instantes y no eternos. Porque comprendió que para cada cosa hay un momento.
Mientras le mojaba la lluvia, mientras por sus botas rojas llenas de flores corrían gotas de agua, deseó ver un pequeño rayo de ese sol que tanto la calentaba cuando se acostaba en las piedras, escuchando las olas del mar. Y vio, una pequeña luz al fondo del mar, sonrió... volviendo a su casa a la espera del calor.

martes, 6 de marzo de 2012

La segunda estrella a la derecha todo recto hasta el amanecer

Sentí el tintineo de una campana y abrí los ojos en la oscuridad. El techo de mi habitación estaba adornado de estrellas que brillaban por las noches. "La segunda estrella a la derecha todo recto hasta el amanecer". Junto a la ventana, había una estrella más grande. Mi escape, la única manera de salir de mi mundo.
Solo tengo 17 años, estudio, tengo amigos: No tengo porqué quejarme de nada. Pero lo hago.
Cuando era pequeña y releía una y otra ves los cuentos de "Peter Pan", me imaginaba que yo era Wendie, que tenia hermanos, que nos íbamos al País de Nunca Jamas.
No crecer o crecer ¿realmente es tan importante?
Hoy día aun sueño con escaparme, saltar desde mi balcón y volar.
Volví a escuchar el tintineo, era nuestra señal.
Sonreí y camine hasta mi ventana, la abrí y contemple la figura masculina que miraba en mi dirección.
Era Peter, mi Peter. Alto, rubio, de ojos vivarachos y amplia sonrisa.
-Vamos Wendie, acompáñame a luchar contra el Capitán Garfio-
-No Pet, es muy temprano, además ¿Cuantas veces te he dicho que no me llames así?
-Es tu nombre, cuando te lo cambies te llamare de otro modo -Sonrió -Wen, baja, o campanilla se hartará de darte polvos de hadas.
Reí, era como un niño.
Bajé por la escalera oculta tras la enredadera que se situaba al lado mi ventana (Peter la había puesto hay hacia ya cuatro años). El sujetó mi cadera y me puso en el suelo.
Le sonreí y se lo agradecí.
-Dentro de poco va a amanecer -Me dijo.
-Eso es totalmente lógico, ¿por eso me has levantado? 
-No, ¿es que ya no te acuerdas de que día es hoy?
Pensé, no era su cumpleaños, ni el mio, no era nuestro aniversario (eso era el 12 de julio, el me lo había hecho memorizar debido a que soy muy despistada), no había  exámenes o ninguna fiesta. Le mire confusa.
-¡Exacto! Hoy es un día como cualquier otro. Pero, tu Wendie, y yo Peter. Nos vamos.
-¿A donde?
Me abrazó y me dio un beso en la mejilla.
-La segunda estrella a la derecha todo recto hasta el amanecer

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Sabías que...?

Era media tarde, otoño, y mientras ellos caminaban las hojas crujían bajo la suela de sus zapatos.
Ella era bajita, de pelo rizado y rubio.
Él alto, moreno y de ojos bonachones.
  -Hoy me ha gustado la tarta de tu tía- Le dijo él- No estaba demasiado dulce.
Odiaba las cosas demasiado dulces.
  -Eso es porque solo le puso tres cucharadas de azúcar y una de sal- dijo ella sonriendo.
  -¿Sal? ¿De verdad?- Puso cara de asco y se cruzo de brazos.
Ella rió, a veces Nico podía ser un poco tonto.
  -¿Sabias que la sal produce placer al cerebro? Por eso nos gustan las cosas saladas- Respondió.
  -No, no lo sabia, Clari, pero a que no sabes que el chocolate es como un orgasmo para las mujeres.
El sonrió al ver que ella se sonrojaba.
  -Si, si lo sabía... Creo que lo escuché en algun lado - Bueno, en realidad lo había leido en esas revistas que compraba su madre cada mes. - ¿Sabías que las gominolas estan hechas de petroleo?
Nico levanto una ceja.
  -¿Sabías que Dalton era daltonico?-
  -¿Sabías que tu tamaño depende de tu nariz?
  -¿Sabías que de verdad existen los vampiros?, su enfermedad se llama porfiria
  -¿Sabías que si te comes un hongo, no te pasa nada?
Ambos habían comenzado un juego, frente a frente, con el sol sobre los dos. Sus torsos casi se chocaban.
  -¿Sabías que tienes los ojos mas oscuros, grandes y bonitos que he visto nunca?- Dijo Nico, llevando una mano a su mejilla.
  -¿Sabías..? ¿Qué?- Clari abrió los ojos sorprendida.
  -¿Sabías que comparo tu piel con la nieve cada invierno y que me gusta como te ríes?
A Clari le hubiese gustado contestar, pero esa confesión le había dejado sin palabras.
  -¿Sabías que desde hace mas de dos años deseo besarte?
Ella, logro negar con la cabeza.
  -Porque tu, mi dulce sabelotodo, no lo sabes todo - Sonrió él aun más.
  -¿Sabías que te quiero?
Clari contempló sus ojos azul claro, y comprendió todo, cada cosa que había pasado desde que le conocía.
  -No, no sabía todas esas cosas. Pero supongo que tu tampoco sabías que te quiero y no importa ahora ambos sabemos lo suficiente para pasar a la práctica.
Y ella, ávida de diferentes emociones, lo agarro por la nuca y juntó sus labios. Primero fue un beso, luego otro y otro... y luego otro más.
  -Por cierto - Le dijo ella a él- Se que quieres que sea tu novia, no hace falta que me lo digas.. Y, te aseguro que comer chocolate no tiene comparación a esto.



martes, 28 de febrero de 2012

Las casualidades... nunca existen

Cuando era una niña jugaba con mis amigas a ser brujas. A decir conjuros que veía en la serie Embrujadas, intentar convertir a los chicos en sapos, como en los libros. Recordaba que una vez, con  Helena, en casa de su abuela habíamos cogido los cepillos de barrer y comenzado a saltar de sillón en sillón, pretendiendo volar.
Un poco mas mayores, al cumplir los quince años, supimos que cuando te tomas un te, y en el fondo se queda las hiervas se forma nuestro futuro, bañado en extrañas figuras verdes.
  -Yo creo que tiene forma de nube- Me había dicho Helena, arreglándose su larga trenza rubia.
Fruncí el ceño.
  -Para ti todas son nubes, Helena, tomate esto en serio. Sabes que solo tu puedes mirar lo que dice mi tasa. -Le dije, de nuevo.
Ella cogió la tasa de color azul pastel de mi tía, y suspiró. Luego, tras varios segundos, sonrió.
 -Creo... que son un montón de flores. ¡Si! Como un ramo o quizás un jardín.
Yo asentí, quizás es que iba a ir a la montaña o alguien iba a regalarme flores. A lo mejor Tomas, quien últimamente me prestaba demasiada atención me iba a dar un ramo.
Pero, las semanas pasaron y luego los meses. No hubo flores, más las de mayo, y con el tiempo deje de pensar en la brujería, el te y las escobas y me dedique a vivir los pasos de los días. Sin mirar demasiado al futuro.
Curiosamente, hace un par de días, nos encontramos Helena y yo tras tres años sin vernos, en una floristería: ambas para encargar las flores de nuestras bodas. ¿Casualidad? Puede ser, aunque quiero pensar que a veces, esos juegos que tuve de niña, no fueron solo juegos.

martes, 21 de febrero de 2012

Sólo estoy enamorado de tu sonrisa.


El humo bañaba la habitación. No solía fumar, se dijo, sólo cuando se sentía frustrado. Y lo estaba, por culpa de ella, de su risa y su pelo negro.
Era media tarde, pero parecía una noche calurosa de verano, con la suave brisa que llegaba de la playa con el olor a mar y que mecía las cortinas que su madre había colocado hacía solo tres meses.
Apagó el cigarro y se acercó en la cama, donde ella le esperaba, tan sólo cubierta por una sábana blanca, que se mezclaba con su piel dorada.
-Tienes que irte- Le susurró al oído.
-Me quieres -Expresó con el corazón en la mano.
-No, no te quiero, sólo estoy enamorado de tu sonrisa -Le dijo -Tu madre estará preocupada por ti, vete.
Ella le miró, era joven y bonita. Delgada y con ojos tan azules como el cielo en verano. Cálida y sumisa comenzó a vestirse.
-Ya lo verás, y no estaré ahí para escucharte- Le dijo antes de darle un último beso en los labios. -Te quiero.
La vio marcharse, a ella y su corazón juntos de la mano.

Laya se limpió las lágrimas con el dorso de su rebeca, había supuesto que él cambiaría de opinión aun a sabiendas de los años que les separaban. Caminó lentamente, aun esperando que Kilian saliese tras ella, no iba a pasar, no era una de esas películas que tanto le gustaban, además de que el era demasiado orgulloso para admitir que sentía algo más que simple deseo carnal.
Tras varios segundos decidió sacar el móvil, era hora de llamar a su padre y disculparse por la hora.
-Kilian...-Susurró, con los ojos llenos de lágrimas... de nuevo.
-Te quiero, siento no habértelo dicho- Cogió su cara entre sus manos. -Parece que entre los dos tu eres la más lista.
Ella sonrió.
-Bueno, eso ya lo sabía.
Él la besó por largo rato, para luego separarse con una sonrisa en la cara.
-¿Volvemos?
-Sólo si me prometes no volver a fumar, no me gusta el olor... aunque te da cierto toque misterioso -Admitió, sonrojada.
-Lo que quieras, ángel. - La rodeó entre sus brazos y le besó la frente. - Yo ya se lo que quiero.
-¿Qué?
-A ti y a tu sonrisa.

Notas con sabor a sentimientos...



Ella se sentó sobre sobre la pequeña butaca, cubierta con una aterciopelada tela roja.
Contempló las teclas, blancas y negras, sus amigas desde la niñez, sus mayores enemigos en aquel momento.
Suspiró, intentando recordar que no estaba en la casa de su abuela. Donde el olor a bizcocho llenaba la casa y la briza movía los vestidos de alegres colores que se ponía de pequeña.
Estiró las manos, dejando que los recuerdos la trasladara a su habitación, con el constante ruido de los coches pasar bajo su ventana siempre abierta y su hermano gritándole al partido de algún equipo. Recordó todo lo que había hecho para estar allí.
Miró por última vez al público, inquieta, nerviosa y con el corazón acelerado. Había muchas caras desconocidas, impacientes de que comenzara... pero ella solo buscaba a una persona en concreto, a esa persona que le había animado ha estar ante aquellas personas desconocidas, ante un jurado ansioso por saber qué tocaría y ante unos padres preocupados en casa.
Y lo encontró, sonriendo con esa sonrisa que le quitaba el aliento y no le dejaba pensar. Vestía más formal que de costumbre (la típica camisa de algún grupo poco conocido y unos pantalones vaqueros), pero aun así tan guapo como siempre, con el pelo engominado y poco natural de ese color tan negro que parecía azul y por último sus ojos, de un marrón profundo e intensos que para ella eran como un libro abierto.
El, su mejor amigo, su gran amor.
Irguió su espalda y tensó los brazos, preparada, decidida. Era su oportunidad, la única. Y sus dedos comenzaron a moverse, suaves y rápidos.
Se sabía la canción de memoria, era la melodía preferida de su abuelo y en la que más esfuerzo había puesto por atender.
Cerró los ojos, ignorando todos en aquella habitación, ya no importaba nada más. Solo ella y la música. Supo que se había equivocado en dos notas principales y el estribillo lo alargó más de lo debido, pero sabía que le había salido perfecto, se sentía orgullosa por primera vez de sí misma. Se sentía viva.
Terminó con un suave mi agudo y luego todo acabó, abrió los ojos y se levantó de la butaca, con la falda color vino rozándole los muslos y con la respiración agitada.
El publico rompió en estallidos y aplausos, ella no pudo más que sonreír.
Había gente que lloraba, otros que aplaudían sentados y otros que vitoreaban ya de pie. Pero no lo veía a el. Lo único que pudo pensar es que...¿no le había gustado?
Se sintió algo triste y decepcionada, hizo una pequeña reverencia de despedida y luego se dirigió a los camerinos.
Caminaba sin mirar al frente, contemplando los tacones negros que le había regalado su mejor amiga para su cumpleaños y de repente se chocó con alguien.
Levantó la vista y el corazón se le disparó.
-No podía esperar a que salieras, tenía que felicitarte ya- Le dijo el, con voz ronca y cerca de ella, sus bocas casi se rosaban.
-Pensé que te habías ido- Le reprochó ella, con la voz mezclada con lágrimas y felicidad.
Él suspiró y le acarició una mejilla.
-Eso nunca, Carmen, te quiero- Le dijo antes de besarla. Sus labios era suaves contra lo de ellas, dulces e intensos - Felicidades.
-¡Oh, cállate Marcos y vuelve a besarme!- Le dijo entre lágrimas.
Marcos se rió, pero obediente la volvió a besar, esta vez de una manera que la marcaría de por vida.


Noche mágica


El frío de la noche les abrazaba a todos, con sus abrigos abonbados y con gorros. Miles de ojos esperaban la llegada de los tres reyes magos. Ella se acurrucó en los brazos de su padre, desde donde podía contempla la perfecta calle, adornada con luces, confetis y guirlandas.
Estaba impaciente, quería contemplar esos enormes animales que montaban orgullosamente los reyes. Después de todo, eran los que cargaban los regalos. ¡Regalos!, era lo único en lo que había estado pensando en esos días, en eso y en volver al colegio para lucir sus nuevos juguetes.
-¡Mamá, mamá! ¡Ya vienen!- Decía la niña, agitando sus pequeños brazos.
Su madre la miró, sonriente.
-Si, hijita, escucha la música.
El hombre de la familia cogió a su hija por los costados y la puso sobre sus hombros.
-¡Qué alto, papá!
-Así verás mejor a Melchor, Gaspar y Va-saltar -Dijo su padre riendose.
-Es Basaltar, papá. ¿Cómo es que aun no te lo has aprendido, así te traerán carbón?- La niña, indignada miró a la cabalgata que ya pasaba ante ellos.
Millones de personajes que le gustaba pasaron delante su ya, tirando caramelos que su madre le cogió por ella: ya que no quería perderse la llegada de los reyes.
Ante su llegada gritó y le dijo a su madre que sacase su carta. Luego vio como se iban, los reyes con sus coronas de oro y los demás.
Era hora de dormir y de camino a casa, en el coche, se quedó profundamente dormida. No recordaba bien como llegó a su cama esa noche, pero si recordaba las risas y la emoción de abrir los regalos.
Y ver a sus padres unidos, contemplando  a la única niña de su casa.
Sonrió mirando las fotos, adoraba en esas fiestas sacar viejos recuerdos y rememorar buenos momentos.
-Abuela, ¿Quien es esta niña?- Le dijo una joven de pelo risado y ojos azules.
-Soy yo, cuando aun mis era como tu. Una niña pequeña- Le dijo mientas pellizcaba sus mejillas.
-Ya no soy una niña- Replicó.
-Si no eres una niña, entonces, lo reyes no vendrán esta noche- Rió, la anciana, revolviendo el pelo.
-Pero me he portado bien, y he ordenado la habitación todos los días- Dijo con los ojos llorosos.
La abuela la abrazó y le susurró un pequeño secreto. Ya habían pasado muchos años desde que sabía quienes eran esos reyes magos. Pero aun así, seguía pensando que era una noche mágica