martes, 28 de febrero de 2012

Las casualidades... nunca existen

Cuando era una niña jugaba con mis amigas a ser brujas. A decir conjuros que veía en la serie Embrujadas, intentar convertir a los chicos en sapos, como en los libros. Recordaba que una vez, con  Helena, en casa de su abuela habíamos cogido los cepillos de barrer y comenzado a saltar de sillón en sillón, pretendiendo volar.
Un poco mas mayores, al cumplir los quince años, supimos que cuando te tomas un te, y en el fondo se queda las hiervas se forma nuestro futuro, bañado en extrañas figuras verdes.
  -Yo creo que tiene forma de nube- Me había dicho Helena, arreglándose su larga trenza rubia.
Fruncí el ceño.
  -Para ti todas son nubes, Helena, tomate esto en serio. Sabes que solo tu puedes mirar lo que dice mi tasa. -Le dije, de nuevo.
Ella cogió la tasa de color azul pastel de mi tía, y suspiró. Luego, tras varios segundos, sonrió.
 -Creo... que son un montón de flores. ¡Si! Como un ramo o quizás un jardín.
Yo asentí, quizás es que iba a ir a la montaña o alguien iba a regalarme flores. A lo mejor Tomas, quien últimamente me prestaba demasiada atención me iba a dar un ramo.
Pero, las semanas pasaron y luego los meses. No hubo flores, más las de mayo, y con el tiempo deje de pensar en la brujería, el te y las escobas y me dedique a vivir los pasos de los días. Sin mirar demasiado al futuro.
Curiosamente, hace un par de días, nos encontramos Helena y yo tras tres años sin vernos, en una floristería: ambas para encargar las flores de nuestras bodas. ¿Casualidad? Puede ser, aunque quiero pensar que a veces, esos juegos que tuve de niña, no fueron solo juegos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario