Allí donde el sol parecía el rey del cielo, y las nubes sus súbditos.
Creció con el calor pegado a la piel, con los ojos cerrados ante el brillo y los labios secos del viento marino. Siempre a la espera de una tormenta. De un chaparrón que nublase su juicio.

Esos días para ella no eran grises ni tristes... Para ella esos días en su cabeza representaba cambio, libertad y pureza.
Pero un día llovió, llovió tanto que no vio el sol en día y empezó a echarlo de menos, porque los comienzos son instantes y no eternos. Porque comprendió que para cada cosa hay un momento.
Mientras le mojaba la lluvia, mientras por sus botas rojas llenas de flores corrían gotas de agua, deseó ver un pequeño rayo de ese sol que tanto la calentaba cuando se acostaba en las piedras, escuchando las olas del mar. Y vio, una pequeña luz al fondo del mar, sonrió... volviendo a su casa a la espera del calor.
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