martes, 21 de febrero de 2012

Notas con sabor a sentimientos...



Ella se sentó sobre sobre la pequeña butaca, cubierta con una aterciopelada tela roja.
Contempló las teclas, blancas y negras, sus amigas desde la niñez, sus mayores enemigos en aquel momento.
Suspiró, intentando recordar que no estaba en la casa de su abuela. Donde el olor a bizcocho llenaba la casa y la briza movía los vestidos de alegres colores que se ponía de pequeña.
Estiró las manos, dejando que los recuerdos la trasladara a su habitación, con el constante ruido de los coches pasar bajo su ventana siempre abierta y su hermano gritándole al partido de algún equipo. Recordó todo lo que había hecho para estar allí.
Miró por última vez al público, inquieta, nerviosa y con el corazón acelerado. Había muchas caras desconocidas, impacientes de que comenzara... pero ella solo buscaba a una persona en concreto, a esa persona que le había animado ha estar ante aquellas personas desconocidas, ante un jurado ansioso por saber qué tocaría y ante unos padres preocupados en casa.
Y lo encontró, sonriendo con esa sonrisa que le quitaba el aliento y no le dejaba pensar. Vestía más formal que de costumbre (la típica camisa de algún grupo poco conocido y unos pantalones vaqueros), pero aun así tan guapo como siempre, con el pelo engominado y poco natural de ese color tan negro que parecía azul y por último sus ojos, de un marrón profundo e intensos que para ella eran como un libro abierto.
El, su mejor amigo, su gran amor.
Irguió su espalda y tensó los brazos, preparada, decidida. Era su oportunidad, la única. Y sus dedos comenzaron a moverse, suaves y rápidos.
Se sabía la canción de memoria, era la melodía preferida de su abuelo y en la que más esfuerzo había puesto por atender.
Cerró los ojos, ignorando todos en aquella habitación, ya no importaba nada más. Solo ella y la música. Supo que se había equivocado en dos notas principales y el estribillo lo alargó más de lo debido, pero sabía que le había salido perfecto, se sentía orgullosa por primera vez de sí misma. Se sentía viva.
Terminó con un suave mi agudo y luego todo acabó, abrió los ojos y se levantó de la butaca, con la falda color vino rozándole los muslos y con la respiración agitada.
El publico rompió en estallidos y aplausos, ella no pudo más que sonreír.
Había gente que lloraba, otros que aplaudían sentados y otros que vitoreaban ya de pie. Pero no lo veía a el. Lo único que pudo pensar es que...¿no le había gustado?
Se sintió algo triste y decepcionada, hizo una pequeña reverencia de despedida y luego se dirigió a los camerinos.
Caminaba sin mirar al frente, contemplando los tacones negros que le había regalado su mejor amiga para su cumpleaños y de repente se chocó con alguien.
Levantó la vista y el corazón se le disparó.
-No podía esperar a que salieras, tenía que felicitarte ya- Le dijo el, con voz ronca y cerca de ella, sus bocas casi se rosaban.
-Pensé que te habías ido- Le reprochó ella, con la voz mezclada con lágrimas y felicidad.
Él suspiró y le acarició una mejilla.
-Eso nunca, Carmen, te quiero- Le dijo antes de besarla. Sus labios era suaves contra lo de ellas, dulces e intensos - Felicidades.
-¡Oh, cállate Marcos y vuelve a besarme!- Le dijo entre lágrimas.
Marcos se rió, pero obediente la volvió a besar, esta vez de una manera que la marcaría de por vida.


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